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Yahvéh-Tsidkenu – El Señor es Nuestra Justicia

Este nombre de Dios, Yahvéh[1] -Tsidkenu, se utiliza sólo dos veces en las Escrituras, ambas en el libro de Jeremías:

“Vienen días”—afirma el SEÑOR [YHWH]—, “en que de la simiente de David haré surgir un vástago justo; él reinará con sabiduría en el país, y practicará el derecho y la justicia. En esos días Judá será salvada, Israel morará seguro. Y este es el nombre que se le dará: El SEÑOR es nuestra salvación [YHWH Tsidkenu]” (Jeremías 23:5-6).

“Llegarán días” —afirma el SEÑOR [YHWH]—, “en que cumpliré la promesa de bendición que hice al pueblo de Israel y a la tribu de Judá. ‘En aquellos días, y en aquel tiempo, haré que brote de David un renuevo justo, y él practicará la justicia y el derecho en el país. En aquellos días Judá estará a salvo, y Jerusalén morará segura y será llamada así: El SEÑOR es nuestra justicia’[YHWH Tsidkenu] ” (Jeremías 33:14-16).

Cuando Jeremías pronunció estas palabras, el reino del norte, Israel, ya había sido capturado por Asiria. Judá seguía el ejemplo de sus reyes cada vez más malvados y se alejaba cada vez más de Yahvéh. Muy pronto, muchos de la nación de Judá se encontrarían en el exilio en Babilonia.

Jeremías advierte: “El SEÑOR [YHWH] me dijo: ‘Desde el norte se derramará la calamidad sobre todos los habitantes del país. Yo estoy por convocar a todas las tribus de los reinos del norte’ —afirma el SEÑOR [YHWH]—. ‘Vendrán, y cada uno pondrá su trono a la entrada misma de Jerusalén; vendrán contra todos los muros que la rodean, y contra todas las ciudades de Judá. Yo dictaré sentencia contra mi pueblo, por toda su maldad, porque me han abandonado; han quemado incienso a otros dioses, y han adorado las obras de sus manos’” (Jeremías 1:14-16).

Después de la época de los Jueces—durante la cual Israel repitió un patrón de pecado, castigo, arrepentimiento y liberación—el pueblo exigió un rey. Querían ser como las naciones de su entorno, con un rey físico al que seguir, en lugar del Rey Justo, Yahvéh, que los había llevado a la Tierra Prometida. 

Lamentablemente, estos reyes siguieron las prácticas de las naciones de su entorno y alejaron al pueblo cada vez más de Yahvéh. Nathan Stone explica: “Las condiciones fueron de mal en peor espiritual, moral y materialmente. Incluso los sacerdotes, así como los príncipes y el pueblo, contaminaron la misma casa del Señor en Jerusalén, practicando toda abominación del cielo alrededor (Ezequiel 9)”.[2] A pesar de los esfuerzos de algunos reyes como Josías (2 Reyes 21-23; 2 Crónicas 34-35) que lograron instituir reformas durante un tiempo, finalmente “el SEÑOR [YHWH] desató su ira contra el pueblo, y ya no hubo remedio” (2 Crónicas 36:16).

Esta es la situación en la que se encuentra Judá cuando Jeremías presenta a Yahvéh- Tsidkenu. Para Jeremías estaba claro que Judá nunca podría volver a la justicia por sus propios medios. Podemos hacernos una idea de lo que Dios vio cuando miró a Judá por estas palabras: “Están corrompidos, sus obras son detestables; ¡no hay uno solo que haga lo bueno! Desde el cielo el SEÑOR [YHWH] contempla a los mortales, para ver si hay alguien que sea sensato y busque a Dios [Elohim]. Pero todos se han descarriado, a una se han corrompido. No hay nadie que haga lo bueno; ¡no hay uno solo!” (Salmo 14:1-3).

Antes de que te sientas demasiado justo, recuerda que en términos de la justicia que Dios exige, tú y yo no somos mejores que aquellos israelitas. Leemos: “No hay un solo justo, ni siquiera uno,…pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios” (Romanos 3:10; 3:23). Si eres completamente honesto contigo mismo, verás cómo eso te describe. 

Ninguno de nosotros puede alcanzar la norma de Dios: “Por tanto, sean perfectos, así como su Padre celestial es perfecto” (Mateo 5:48). Pero no tenemos que serlo. Si has estudiado la profecía mesiánica, reconocerás que Jeremías está señalando la promesa de un Salvador, Jesucristo. 

A corto plazo, Judá tendría que soportar años de exilio, años de separación de su Dios a causa de su pecado y rebelión contra Él. Pero al igual que había hecho tantas veces antes, Dios los liberaría (y lo hará) y los restauraría a sí mismo. Lo haría enviando a su Hijo para que fuera la justicia que tanto les faltaba. Lo haría convirtiéndose en el sacrificio que expiaría sus pecados. “Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador para que en él recibiéramos la justicia de Dios” (2 Corintios 5:21).

Esa es la preciosa promesa de Yahvéh-Tsidkenu.

  1. Véase el artículo complementario “¿Quién es Jehová?” para explicar por qué utilizaré Yahvéh en lugar de Jehová, excepto en el material citado.
  2.  Nathan Stone, Names of God (Los Nombres de Dios) (Moody Publishers, Edición Kindle). 

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